13/06/13

Daniel Cassany

Confesiones de un autor pirateado

Este fenómeno no es exclusivo de internet, pero lo cierto es que cada día es más difícil obtener un pago por publicar


Vayamos primero a los hechos. Desde hace dos o tres años es corriente encontrar copias piratas de algún libro de mi autoría en los repositorios digitales. En enero del 2012, había en Scribd cinco textos completos en varias versiones, que sumaban un total de 8.000 descargas. Estaba Enseñar lengua, de 576 páginas, escaneado página por página, con el sello en varios lugares de la biblioteca de la Universidad de Concepción, en Chile. Mi asombro inicial se convirtió poco a poco en cabreo, más tarde en un cierto orgullo y finalmente en un “lo mismo da” y “déjalo estar”.
Por supuesto, avisé a mis editoriales, que escribieron al administrador norteamericano del repositorio y a los pocos días se habían eliminado dichas copias. Pero meses después se habían subido otras. O sea, esto es como las verrugas, que las quemas pero salen de nuevo. Algunas de mis editoriales han contratado los servicios de una empresa —"carísima", dicen—, para limpiar la red, pero no parece que sea muy efectivo.
Resignado, he empezado a coleccionar “versiones piratas” de mis textos. Tengo una carpeta para cada libro. Las hay de todo tipo: completas y parciales, escaneadas de un original o tecleadas con procesador, con varios sellos de origen, en varios formatos (PDF, Word, foto). No salgo de mi asombro. Le pongo sarcasmo porque no quiero hacer sangre ni me interesa la paranoia.
Hay algo de compulsivo en descargar ilegalmente en la red, como adquirir productos que no necesitamos
Hace un par de semanas encontré en ISSUU una copia de En_línea: leer y escribir en la red, publicado en septiembre del año pasado. Es completa, pesa 95,5 Mg y fue escaneada de un original de la Biblioteca Pública Retiro, de Madrid. Había tenido 1.300 y pico descargas en dos meses y era uno de los libros “estrella” del repositorio. Me invadió una frustración que no había sentido en otras ocasiones, supongo que por el poco tiempo que había transcurrido entre la edición y el pirateo.
El tipo que había colgado esa copia tenía perfil con nombre, apellidos y foto; es un profesional de la educación y supongo que una persona respetable. Había colgado la copia como “regalo de Reyes” a finales de 2012 en una red profesional, auspiciada por el gobierno español, de la que yo también soy miembro… Alucinante. Lo denuncié al moderador de la red y escribí un post para todos sus miembros en el que explicaba lo sucedido, sin citar al autor del crimen, y pedía opiniones. Visitaron mi post —y supongo que lo leyeron— un centenar de personas, pero nadie respondió. Solo lo hizo a los pocos días el pirata, que reconoció públicamente su delito, pidió disculpas y borró los enlaces con la copia.
Pasemos ahora a las reflexiones. Primero, la piratería no es algo exclusivo de internet. Recuerdo mis viajes a América Latina en los noventa, cuando firmaba ejemplares de mis libros a los lectores y solía presentarse alguno con una fotocopia, sin sombra de vergüenza, que pretendía que se la dedicara [sic]. Sin duda la red facilita el proceso técnico de copiar, pero sobre todo globaliza sus usuarios a nivel planetario.
Segundo, sería ingenuo pensar que esos miles de personas que se han descargado copias pirata habrían comprado los libros si no los hubieran podido descargar. También lo es pensar que han leído y aprovechado todo lo descargado. Más bien hay algo compulsivo en lo de descargar ilegalmente de la red, igual que adquirimos productos que no necesitamos y que nunca consumiremos. Seguimos teniendo mucha hambre e internet alimenta ese afán desmedido.
Tercero, seguramente necesitamos más educación y conciencia, como sugiere el caso del pirata arrepentido. El problema no es solo quién escanea un texto y lo cuelga en la red, sino también quienes se lo bajan alegremente. Hay mucha hipocresía al callar y aceptar tácitamente el discurso legal oficial, mientras por la noche en casa y en silencio descargamos todo lo que podemos. Es aquello de nadie lo dice, pero todos lo hacen.
Cuarto, intento ser comprensivo. Acepto que se graben mis conferencias y que se vean en YouTube, cuelgo todas mis presentaciones en Slideshare, me gusta que las revistas científicas liberen sus papers a los pocos meses de su publicación. Me parece bien que se ofrezca un capítulo gratis de una novedad editorial, a modo de reclamo... Dedico tiempo a recopilar esos vínculos en mi web para que cualquiera los consulte. Espero que los que quieren leer y estudiar con mis textos, pero no pueden o no quieren pagar los libros, lo puedan hacer de otro modo, con documentos actuales, de calidad y legalmente.
La crisis editorial tiene raíces mucho más profundas y complejas. Es un cambio de ciclo
Pero me gustaría seguir escribiendo y publicando en papel y en digital, en editoriales con proyección y buena distribución en todo el mundo. No es tanto el dinero que gano —alguna editorial hace ya dos años que no puede pagar—, como la posibilidad de lanzar un producto más elaborado, maduro y atemporal, que llegue a otros lugares y a audiencias distintas. Pero cada día está más difícil, porque las editoriales se tambalean, cierran las librerías, el libro digital no despega y cada año se venden menos libros…
Quinto, estoy bastante convencido de que lo que escribo —que no son novelas ni libros mediáticos— tiene fecha de caducidad, como las enciclopedias o las guías telefónicas. Internet ha cambiado los procesos de producción, distribución y consumo de información. Si nos interesa un autor o un tema, lo googleamos y, con cierta pericia, llegamos a su blog, presentaciones, vídeos o artículos liberados. ¿Qué interés tiene leer un libro viejo, largo y lento, si la red almacena documentos audiovisuales más actuales y motivadores? Hoy en los congresos y encuentros científicos y profesionales se graba todo en vídeo, se cuelgan todas las presentaciones, se tuitea cada idea, etc. Todo va a parar a la red.
En resumen, lucho contra la piratería, pero soy escéptico respecto al futuro. La crisis editorial tiene raíces mucho más profundas y complejas. Es un cambio de ciclo. Como un anciano con achaques, consciente y socarrón, le pongo ironía e intensidad a lo que me queda de vida. Ojalá me equivoque y, si no es así, que me quiten lo bailado.
Daniel Cassany es lingüista e investigador de la Universitat Pompeu Fabra

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